Seguidores

lunes, 5 de noviembre de 2012

CUANTAS VECES....

Cuantas veces tenemos que tropezar en la misma piedra para darnos cuenta de nuestros errores.
Cuantas veces tenemos que mirar atrás para poder  seguir adelante.
Cuantas veces tenemos que auto convencernos de algo que al final nunca sale como esperamos.
Cuantas veces tenemos que cerrar los ojos para no querer ver lo que tenemos delante.
Cuantas veces tenemos que caer para aprender que esa no es la mejor opción.
Cuantas veces tenemos que perder el tiempo para luego llorar por no tenerlo.
Cuantas veces tenemos que relajarnos para espabilar  en el último momento.
Cuantas veces tenemos que contar esto para saber que ya no hay nada que contar...



Los perezosos siempre hablan de lo que piensan hacer, de lo que harán; los que de veras hacen algo no tienen tiempo de hablar ni de lo que hacen.  Johann Wolfgang Goethe    Poeta  y dramaturgo aleman.



LAS RANITAS EN LA NATA  Jorge Bucay


Había una vez dos ranas que cayeron en un recipiente de nata.
Inmediatamente se dieron cuenta de que se hundían: era imposible nadar o flotar demasiado tiempo en esa masa espera como arenas movedizas. Al principio, las dos ranas patalearon en la nata para llegar al borde del recipiente. Pero era inútil; sólo conseguían chapotear en el mismo lugar y hundirse. Sentían que cada vez era más difícil salir a la superficie y respirar.
Una de ellas dijo en voz alta: «No puedo más. Es imposible salir de aquí. En esta materia no se puede nadar. Ya que voy a morir, no veo por qué prolongar este sufrimiento. No entiendo qué sentido tiene morir agotada por un esfuerzo estéril».
Dicho esto, dejó de patalear y se hundió con rapidez, siendo literalmente tragada por el espeso líquido blanco.
La otra rana, más persistente o quizá más tozuda se dijo: «¡No hay manera! Nada se puede hacer para avanzar en esta cosa. Sin embargo, aunque se acerque la muerte, prefiero luchar hasta mi último aliento. No quiero morir ni un segundo antes de que llegue mi hora».
Siguió pataleando y chapoteando siempre en el mismo lugar, sin avanzar ni un centímetro, durante horas y horas.
Y de pronto, de tanto patalear y batir las ancas, agitar y patalear, la nata se convirtió en mantequilla.
Sorprendida, la rana dio un salto y, patinando, llegó hasta el borde del recipiente. Desde allí, pudo regresar a casa croando alegremente.

No hay comentarios:

Publicar un comentario